Un poco para estar en la acción y otro para buscar algún lugar tranquilo.
Llegué al río y me percaté de que estaba intenso con su agua vibrante.
Me senté en la primera banca porque un suave sol le bañaba.
Del otro lado del espacio en que estaba se escuchaba al río con muchas ganas.
No había personas que jugaran en el terreno que sirve para ello.
Extraño que ocurriera en esta tarde de domingo.
Pedía en mi subconsciente, un poco de calma para disfrutar del sitio.
Observé los enormes árboles que se agrupan en el lugar.
Las ramas cantaban con suavidad, alguna entrañable música.
El sol, se dejaba sentir y ver, pero también se ocultaba.
Un grupo de pájaros negros volaban del suelo a diversas ramas.
Se decían o daban gritos para comentar algún deseo.
A pesar de que el silencio no dominaba el lugar había algo de paz.
Ningún humano, más que yo, se dejaba ver en el sitio.
Muy tranquilo disfrutaba de este instante.
Detrás, la iglesia o la pequeña capilla, estaba sin gente.
En un pequeño árbol se veía una mariposa moviendo sus alas.
Era entre blanca y amarilla con dos breves manchas
en el medio de estas.
Una piedra de color pardo me llamó la atención
y quise verla más de cerca.
Era totalmente redonda y con puntos amarillos que la hacían especial.
Pero, bajando la escalera que da acceso al lugar aparecieron
una mamá, un papá y su hijo.
Además, una pelota para compartir el juego que casi todos practican.
La mamá se quedó sentada en un escalón de la escalera.
El papá y su hijo tomaron posesión del lugar.
La pelota saltó y fue golpeada una y otra vez.
El papá y el niño corrían por el terreno y la pelota a veces se acercaba a mí.
Ambos se gritaban y reían por lo realizado en su instante.
Comprendí, que la tranquilidad se fue a jugar con estos improvisados atletas.
No me quedó otra solución que regresar
al espacio en que puedo darle su lugar.
Ñiko