17.6.09

Este, mi encino

Gigantesco.
Mirando desde su altura,
temblando suave por el naciente día que lo abraza.
Es lo suficientemente fuerte para admirarnos
y no percibir como se balancea con el susurrar del viento.
En sus alejados extremos aparecen nutridas hojas,
agolpadas en mullidas texturas de verdes y amarillos.
Este fornido árbol se escucha desde la distancia del tiempo.
Se cubre, calmado, de los encendidos rayos de luz solar.
La lluvia, que lo riega, le llena de vida
y lo empuja a crecer para alcanzar las oscuras nubes.
Ahí está, esplendido, voraz,
acordando con las sombras
la tranquila secuencia de los días y las noches.
Lo veo y se que lo necesito,
pero también se que él me pide
que siempre estemos juntos,
le comente lo hermoso y necesario que es,
además, de cuanto lo admiro.
Y se también, aunque no esté,
que él seguirá creciendo más allá de estas horas,
llenando de vida y trinos sus alrededores.

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