9.3.09

Marta, la diseñadora de formas encontradas

Es una mañana hermosa. El sol lucha con la espuma de las nubes. Entre el manto gris que cubre la ciudad, rodeada de montañas, surge un edificio que cabecea con las encrespadas y blancas nubes. En las envolventes paredes se destacan huecos que hacen asomar las cabezas de moradores de hoy y de siempre. Uno de los vanos recoge las gotas del rocío y las vierte sobre las adormiladas flores que rebosan el balcón.

Veo escaparse, a toda velocidad, una especie de hombre formado por líneas que ha grabado su imagen como intención de un ciclista. Éste. Rueda volando sobre los diversos verdes de una ciudad, que despierta al gusto del atropellado observador del planetario cartel.

De una pequeña mesa, tal vez de trabajo surgen líneas negras irregulares que se agolpan, que se convierten en la imagen reconocible de una niña de fondo blanco con ropajes sin colores, de pelo ralo que es dominado por un lazo simple. Ella se acerca a la ventana, demasiado florida; con la mancha de su mano toca el cristal transparente, para pedir que la dejen salir a conversar con el exterior de la morada. Dentro, lápices y plumines de muchos colores descansan de la ardua actividad del día anterior. Reposan en botes blancos de porcelana o en otros llenos de imágenes, cilíndricos y cuadrados. Junto a ellos, aparece la domadora de entuertos,de imágenes escapadas de los recuerdos familiares. Figura delgada, de mirada que guarda la emoción de la creación gráfica, de pelo y ropajes ennegrecidos por la mano de la noche, que ha quedado dormida en los cerros de su Bogotá de trabajos, de sueños, de esperanzas, soledades y compañías. Manos cruzadas, anudadas, que sostienen la inmensidad de su pasión. La niña, toda lineal, pregunta y se acerca, se adentra en la enrejada trama de un dibujo lleno de geométricos espacios, verdosos o quizá, amarillentos, que asemejan un árbol volador como pájaro de la mañana o tal vez, a ese papalote escolar, buscador de miradas sobre el espacio del campo, rodeado de calles añejas de una ciudad perdida en el sur de su América. La figura arropada de negro le da la mano a la niña del dibujo irregular y ésta la coloca suavemente, sobre el formato de papel, que recupera la función de un informador de carteles. Se escuchan sonidos de paz en los instrumentos de jóvenes ideas. Vuela la figura de la niña, de trazos negros y descoloridos vestido; parece un ave que se enrosca entre los signos de musicales dudas y esperanzas. El ave se desplaza hacia otro cartel de fondo blanco, se deja caer en picada, con los ojos apretados. Se detiene abriendo un ojo, lleno de un mundo de libertades, donde las se funden en la visión de este pájaro, que representa al lenguaje de amor y de verdad. Mimético pájaro que se enseñorea entre sombras y luces rojas, que nos mira con su único ojo intenso, observador de los hombres y mujeres de una Colombia dañada en su presencia, demandando su prioridad para el cuidado, también, de su fauna o del agua cantadora de azules hondonadas, sobre el rojo de una tierra imaginaria, recortándose en el amarillento cielo de ese amanecer de todos los días.

De nuevo aparece el pájaro, que no es más que la visión simbólica, de esa mujer que imagina y recrea formas o que procura armonías de lo visto y lo no visto, que se pasea con su energía creadora por paisajes inventados, rindiéndole culto a su tierra que nació con ella, que llora sus deseos de belleza, de un mejor lugar para armar ideas provocadoras y de reflexión. Esa mujer, también amiga, ha llenado de cultos gráficos a una Latinoamérica olvidada, pero demostradora de que sí existe el ave que vuela alrededor de los colores y las líneas, que compone y equilibra espacios, que espera diseñar, ya para siempre su nombre, como fruto que surge de flores rojas como dulces granadas, pero ella es Granados, es Marta.
Marta la exploradora de los diversos caminos que llevan al concierto de las imágenes gráficas. Ha participado en el hacer de una imaginería de identidades, con perfección, con síntesis, convirtiendo los geométricos trazos lineales en signos que perdura en la memoria del hombre cotidiano.
Participa en el alborotado sistema, que es el crear un libro, desde penetrar al intrincado universo de las letras y las imágenes, los marginados márgenes o el foliado numeral o literal, hasta la presencia de una cubierta que vende esplendorosas rectas y curvas, armónicas, dulces flores, que con sus cambiantes colores dejan los temas más diversos al gusto de librescos personajes. También ha pegado sellos, timbres, en multitudes de cartas, dejando un doble mensaje de educación, porque las imágenes refuerzan el aprender y además, recrean y aseguran la imaginación.
Marta, la animadora de voluntades, de denuedos, ha jugado el juego de hacer subir y bajar las líneas, los puntos. Ha hecho aparecer a aquella figura de los inicios, que prefirió huir por la ventana de la morada, para así incorporarse a este universo en eterno movimiento.
Esa figura que cuelga del borde de la pantalla y se deja caer dentro de una caja llena de su desbordante arco iris. Marta, la niña que juega con colores, que los deja pasar volando, que los atrapa en manchados puntos o en una extraña caja; que los guarda y resguarda para que lo furiosos rayos del sol no los conviertan en pálidos reflejos de disimuladas formas, que tiñen las tardes del ayer.

Marta, la de la extraña caja mágica, ha comprendido para qué sirve su guarida de formas informes, las conserva para que todos seamos parte de ese mundo de extraordinarios seres visuales, que se arman coloreando el espacio, saliendo de su caja, ayudada, una vez más, por la pequeña niña de líneas negras y de contrastes pocos contrastados.

Los fantásticos animales ya están mirando al formato de la pagina, se mueven y vuelan alrededor de los interminables puntos cromáticos, se ríen, los siento que se recogen en el interior del grupo de cajas, de cubos tramados, no se podrán ir de estas tierras porque ya son dominados y observados por todos nosotros.

Así, espero que este mundo pueda ser replegado, tal vez doblado para que sintamos amor por lo que vivimos. Ese paisaje que desborda el verdor del tiempo está por venir. Solo los árboles se cansan de admirar el frescor de la mañana, están ahí, esperando que alguien se atreva a jugar con los planos, doblarlos buscando la ternura de la imaginación, proponiendo un mejor universo de vida. Este plegar, convertido en acción, se sumerge en los círculos de formas y de colores rojo y negro que gritan la necesaria búsqueda de la creación, o tal vez, de su creadora.

Ella espera de la mano de su niña dibujada, que ha navegado por las interminables páginas, sedientas de un quehacer que ya no se acabará jamás, de un eterno decir de formas gráficas que esperan al admirado tiempo. Ella, seguirá siendo la pasión de la creación, la duda de la encantadora imaginería. Ella seguirá siendo, Marta, la diseñadora de formas encontradas.

Publicado en la revista Arte y cultura del diseño Lúdica No. 2. México / julio 1998

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