6.11.07

Presente y futuro de la función social del diseño gráfico

A ti reflexión que me dejas imaginar

Una gigantesca letra A con adornos en sus extremidades me observa. Casi estoy seguro… me sonríe. Ella sabe que está en el principio de las cosas, en el comienzo de la escritura, en la dulzura del lenguaje. Se mueve y golpea con su pie una nube apagada de comas que me inunda. Me despierto. Observo los decididos y enormes números que reclaman al tiempo. Una cajetilla de cigarrillos se asoma a la mañana con su cara acartulinada, roja y blanca. Se presenta con su nombre campirano y sus formas cabalgadas.

Reposando del ardoroso contacto de la noche un conjunto de páginas nos hace navegar entre imágenes salpicadas por infinitud de letras. De entre sus páginas cuelga un separador adornado con formas que van y vienen como figuras en fondo. Me recuerdan dibujos geometrizados que algún mago recreó en nuestras pupilas repetidoras.

Me muevo hacia un pedazo de ligero y moldeable metal, repleto de un blanco frescor. Tiene en su presencia un nombre corto y el efecto que nos promete las bondades de un culto a lo inimaginable. Le acerco un delgado y curvo plástico y le deposito la suave y cilíndrica menta, espumeante, sobre las ordenadas cerdas. De entre los dedos que sostienen el artefacto limpiador se escurren letras que marcan en la memoria su nombre. Observo las letras y me gritan al así como sensoriales.

Entro estrepitosamente a llenarme de agua. Veo y recuerdo que con ese otro tipo de espuma mis cabellos cabalgan alborotados de la mano del gusto. Me sumerjo en la espuma del cuerpo. Los olores reemplazan a la cubierta de papel negro con su sello que asegura la límpida mezcla. Tomo la felpa que agrupa cada gota de agua y me hace encontrar de que manera quiere que la reconozca con sus delicada s letras que nos arroban.

Entro a estos trapos que me cubren, cada uno de ellos se llaman entre sí, permitiendo reconocerlos. Me doy cuenta de que falta el culto al filo del metal que necesita correr de la mano, con su imagen que me ayudará a escapar del día anterior, rematando por el ardoroso líquido que completa mi apresurada y rasurada cara. Me gusta su olor a yerbas secas o más bien mojadas, que escapan de un envase de cartón plateado y negro, gritando, o tal vez recordando que su acto lo haces solitario, para ti, casi de manera egoísta, tal vez he leído mal, pues le falta a su identidad o ha sido sustituida una letra a su dolor.

Y siguen los nombres apareciendo. Las hojuelas que se bañan en la blanca laguna de un plato. El grano multiplicado en panes. Cada cosa a mi alrededor tiene su nombre presente. Mi vista se mueve, se detiene en la fruta aplastada por un brazo de hierro. Veo cómo su llanto llena el transparente vaso. Le busco su identidad. Me la dice. El cuchillo con el que corté la fruta tiene un juego de letras que me aseguran no perderá para siempre su cortar. Lo compré ayer. Aún descansa sobre la mesa el cartón que le sirvió de contenedor. Está lleno de consejos para preservarlo del tiempo. La marca literaria se destaca de su agresiva forma.

Cierro los ojos. Deseo escapar a estos momentos, que me obligan a cubrirme con identidades separadas por el lenguaje y la gráfica. Avanzo hacia el vano de madera que preserva mi intimidad. La aseguro con este metal que me mira con sus dientes carcomidos. Responde al nombre escrito en otros lenguajes extraños: YALE.

Llueve decididamente. Absorbo algunas gotas. Saben o son ya ácidas. Me enfrento a lo prohibido: SOLO PARA INQUILINOS. Me subo a mis caballos de fuerza, que descansan adormilados, a su noble raza alemana. Me desplazo a mayores velocidades. Corren figuras de mujeres, botellas de burbujas, aguas, hombres en trajes de estos y aquellos tiempos. Figuras humanas de pieles lisas, calvas y de colores fulgurantemente naranja. Una luz me detiene tiñéndome de un amarillo enrojecido. Una imagen monumental me convida a un trago de fuerte razón, poniendo en duda mi identidad, ¿por qué? En otro extremo un espléndido auto me invita a viajar en él, internándome en paisajes que nunca podré respirar, porque así son mis sinceras ciudades.

Detengo mi andar. Busco la estación que cuidará al cuadrúpedo de metal y hule. Huyo de los azules silbidos agudos, que como insectos quieren picar. Esta calle esta llena de señales amarillas que prohíben la empobrecida libertad, impidiéndonos hacer ruidos e invitándonos con sus tanto anuncios a penetrar al universal consumo.

Formas tras formas me comunican lo que voy a encontrar detrás de las puertas transparentes, precedidas por escaparates ruidosos, gentes presurosas que se envuelven por el manto del comienzo. Apreciados números que me invitan a comprar artículos graficados por siempre, pues sé que no puedo escapar de ellos cuando me muestran cuantas bondades ocultan.

Suavizo el paso y desaparezco entre columnas de papeles con títulos que me informan del pasado inmediato, me proponen un futuro de seguro inseguro. Imágenes que devoramos en busca del tiempo acabado, desinformados. Fotos aplastadas por el ingenio y la realidad. Suerte de ojos que pretenden ver las glorias del mañana. Noticias con letras que impresionan. Cuánto espacio para graficar el dolor y la vergüenza.. Salto a las páginas repletas de ofertas candorosas, que atenderemos para creer en la presencia de todos.

Entro a mi espacio magistral. Tengo esa oportunidad. Miro y me propongo crear para que estos jóvenes sientan el placer por este universo de formas, identidades e imaginerías que están en todas partes, No puedo hacer otra cosa que colocarlos en el juego de las líneas irreversibles y contrarias, buscadas en la mañana, tarde o noche electrónica, de movimientos y sonidos planos, de malos y buenos, de lagrimas y risas, de cómo va el mundo, interrumpidos por cuentos que anuncian productos que apoyarán a la apresurada vida. Grafías de todos los tiempos, que aseguran poder con la armonía de la contemporaneidad, vueltas a provocar con lo que pasa en el universo inmenso de lecturas, de profundos entendimientos reclamados para mirar al futuro. Cómo será y que le espera a éste.

De nuevo todo se calma. Siento el palpitar de lo inesperado. Una oscura paz me suaviza. Vuelve a aparecer, ante mi, una enorme y formidable letra, esta vez una E, que me sugiere subir por sus tres peldaños, encontrados y muy separados. Me doy cuenta de que mi pie está sujeto a un pedazo de tela marrón que se anuda al frente, a los lados circula un letrero convertido y conocido. Estiro el formal pie y caigo entre millones de planos que se separan para dejarme pasar los aires del siguiente siglo.

Me despierto. Extiendo mis enorme alas de plumajes transparentes. Tuve suerte, pude encontrar esta marca que hace que sus nervaduras sean flexibles, que su nombre reconocible esté hacia arriba, en la parte interna, escondida de la publicidad. Ahora se estila llenar las alas de etiquetas diversas de poliuretano, con letras enormes. Eso, decididamente, no me gusta. Sigue mi suerte pues, con el aparto en el que duermo no necesito ver el tiempo, ni limpiar mi cuerpo. Todo lo hace este amasijo de hierro que compré, gracias a un anuncio de una revista digitalizada. Esas preciosas revistas con imágenes virtuales en movimiento. Pienso en el importante trabajo de reproducción, con bien ordenados espacios vacíos y ocupados. Con esa dulce voz que narra lo que vez. Siento algo de nostalgia por que sé de antiguos ejemplares en columnas de textos sobre ahuesados papeles, ahora solo tenemos bellos espacios en blanco, la realidad de aparecidas y desaparecidas fotos que dominan las páginas de resinas con la modernidad de estas publicaciones.

Lo que más me asombra es como los alimentos han sido controlados para su elaboración por una pródiga información gráfica. Envases encerrados en productos. Consumidos por las gráficas formas, cambiantes y mágicas. Adueñadas de apetitosos afanes de comer destinos. Los espacios están totalmente dominados. El cielo se convierte en imágenes monumentales y desmedidas unas tras otras, apareciendo como formas techadas. Las nubes se sustituyen por bando que promueven diversos productos caseros de entretenimientos.

Ya casi no encontramos gotas de lluvia, solo en el recuerdo de un gigante anunciador de metal.

Saben, el desarrollo ha logrado cambiar la indispensable programación de imágenes. Tenemos la ventaja, que no solo imaginamos, surgen en la pantalla de la mesa de trabajo, cientos de gráficas, ordenadas, acopladas con signos endurecidos por la racional geometría, pero impecablemente funcionales. Simétricos esfuerzos controlados por pupilas cosidas a estas nobles formas. Nunca añejadas. Precisas formas que estarán en estos y otros inmediatos siglos.

He oído decir que los nuevos diseñadores son mutantes electrónicos que han sustituido su cerebro creador por cables numerales de colores olorosos, sumergidos en millares de puntos ondulados que se revuelven en las formas.

No lo quiero creer.
Sigo adelante.

Veo un antiguo edificio de arquitectura terrenal. Me atrapa su interior. Siento silencio. Dentro, en una urna aparece un extraño sortilegio de un antiguo material cilíndrico, de color amarillo, con un extremo rojo de aspecto blando. En el otro extremo, quizá el más interesante, una forma puntiaguda de color negro. Me acerco a la tarjeta digital que encierra el nombre de este objeto de otros tiempos y culturas. Leo: lápiz.

Gracias imaginación que me dejas reflexionar.

Por esos quiero agregar estas setecientas diecisiete letras como necesario final.

Hace treinta y ocho años que creo en el amor eterno, porque siempre pienso que diseñar es como tener la fuerza para ver toda la belleza del desarrollo genético de una flor, o poder paralizar el vuelo de un pájaro. Disfrutar de la fantasía que te procuran las formas, las ideas. Hacer que influya tu visión del mundo a otros mundos. Disfrutar del viento, de la libertad. Expresar intenciones, emociones. Rascar la piel a un elefante y creer que es un conejo. Reír o llorar. Gritar o susurrar. Ocultarme tímidamente dentro de mi, pero a la vez decírselo a todos para que sepan lo que pienso y puedan y quieran comprenderme.

Palabras para el Sexto Encuentro Nacional de Escuelas de Diseño Gráfico en
la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. Octubre de 1995.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé cómo definirlo, si talento, genialidad, sensibilidad, pero es algo secreto que sólo los iniciados poseen. Algunas veces, se manifiesta en una sola faceta en el ser humano. Otras, en varias.
En el caso de Ñiko, además del "alboroto por el gráfico diseño" también fue tocado con el don de la palabra. No la margines, no la emplees como medio sino también como un fin. Los que te leemos te merecemos.