25.3.19

El que espera desespera.
Esperar es darse el tiempo para que ocurra algo.
Por lo general, se incluye alguna expectativa.
Dejar pasar los minutos es uno de sus atributos.
Sin duda está armada de la paciencia.
Entonces esperamos a que ocurra lo que tenemos pensado.
Y si esto no sucede nos angustiamos.
Creemos en la solución en acuerdo con lo premeditado.
La espera siempre tiene un plazo para entenderla mejor.
Si no ocurre en ese instante planeado, nos desesperamos.
Y con ello, pueden llegar los errores y la confusión.
Lo incierto también se da como parte de esa espera.
Incluso se aparece la esperanza como probable solución.
Ayudando a que todo salga mejor.
Pensamos que al esperar tenemos mucho de la llamada paciencia.
Y que este factor ayuda a que se establezca un equilibrio.
La expectación es una especie de espera que nos mantiene atentos.
Digamos que es el nivel más desarrollado de su resultado.
Esto se produce con una carga de tensión.
La espera se acompaña de movimientos físicos.
Caminamos hacia un lado u otro.
Puede ser adornado con repiqueteo de los dedos sobre un mueble.
O hasta alguna tonadilla para relajarse un tanto.
Lo correcto es para que no nos domine la impaciencia.
Cualquier recurso que le evite es de buen ver.
Y sobre todo de aplicarse con cuidado e interés.
Por eso, es indispensable cuando abandonar la consabida desesperación.
Cualquier recurso que lo impida será bien venido.
Si tenemos la seguridad de que todo saldrá bien, podemos aceptar a la espera.
Por eso, la angustia se hace cargo de que no tengamos seguridad.
Y le dejamos su accionar al tiempo y a lo inseguro.
También al equilibrio necesario para que las cosas funcionen, bien.
Y ya no habrá desesperación cuando estemos esperando... ¿Seguro?

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