El pino y la araucaria
son casi parientes.
Por lo menos formalmente.
Son árboles que se parecen.
Sus hojas puntiagudas son
similares en ambos.
Los dos son muy altos y delgados.
A uno le hacen esculturas y el
otro, se queda esperando.
Sus olores también son distintos.
Incluso, con el batir de la brisa
se escuchan diferentes.
Es como si tuvieran sonidos de
voces.
Que murmuraran lo que ven desde
allá arriba.
La mañana los llena a ambos con su
peculiar luz.
La araucaria, de mayor
tamaño, trata de imponer su presencia.
Creída porque alguien la convirtió
en símbolo de una ciudad.
Sin embargo, en otros lugares “Los
pinos” es un lugar para vivir la gente.
Este árbol le ha dado también
nombre a “limpiadores” aromáticos.
Hablo del “Pinaroma” para que el
piso se sienta más oloroso.
Y tal vez, porque el árbol emite
su olor cuando es cortado.
Inundando al paisaje con su
frescor como un acto de protesta.
A la araucaria le agrada
que una zona, o más bien una calle, sea partícipe de su nombre.
Constituyéndose en una avenida muy
conocida y bella.
De esta ciudad capital de un
Estado del México actual.
Sin quererlo, el pino es una
madera no muy cotizada.
Incluso, los muebles construidos
con ella son los menos costoso.
Por eso, la araucaria no
presta su cuerpo para adornar los gustos de los humanos.
Al contrario se ha vuelto tesoro
en el profundo sur americano, como la Patagonia.
Crece hasta 50 metros de altura y
de manera recta engrosando hasta tres metros.
El pino, se muestra de forma
piramidal.
Y le han dado una connotación para
convertirlo en adorno de navidad.
Aunque, el humano se ensaña en
estas fechas festivas, talándolo sin piedad.
Después, el pobre árbol seco
termina en leña para la hoguera.
De todas formas ambos árboles,
araucaria y pino, tienen enormes cualidades.
Además, de ser adorados y queridos
por su presencia en esta Tierra.
Siempre serán ejemplos magníficos
de lo bello, que adornan nuestras vidas.
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