23.4.18


Llueve y su sonido es lacrimoso.
Cuando llueve se escucha un suave quejido de los árboles.
Y las gotas que caen parecen comentarnos algo.
Tal vez, es alguna historia de un robusto árbol que perdió su fuerza.
O de aquel rosal que solo daba blanca sus flores.
Lo cierto es que la suavidad del lloviznar hace un sonido que se repite.
Que casi te adormece queriendo identificar cada gota.
Es como si la tristeza nos contara algo que nos hará llorar.
Vemos a las hojas mostrando sus lágrimas que caen constantes.
La lluvia, delicada moja todo el entorno en que nos movemos.
Sintiéndose como si nos bañáramos tranquilamente.
Nada impide que esa suavidad nos haga reconocer una cierta angustia.
La humedad se concentra pareciendo querer empaparnos.
Sin embargo, el sonido que se escapa del golpeteo es musical.
Suave y delicado, sacándole al tiempo toda su armonía.
La perenne lluvia parece detener su respirar sin que ocurriera.
Gota tras gota dice con tristeza que quiere no irse.
La tarde no se asoma y exige que le prestemos la mayor atención.
Es el lamento de tanta agua escurriéndose por el paisaje.
Todo está mojado contradiciendo lo ayer seco.
Es, cada parte, una propuesta de lavarse en sus segundos.
Las flores se bañan y la tierra lo agradece.
Nosotros queremos alegrarnos.
Pero, es muy difícil estar seguros que cambiaremos nuestra alegría.
Si vemos y sentimos lo que el tiempo reclama.
Por lo pronto, los añejos árboles se mueven buscando cada gota que les moja.
Todo brilla y sabemos que lo seguirá haciendo.
Por lo pronto, la llovizna se nutre del salpicar.
Y éste a su vez se esconde apenado de lo triste que se observa.
El sonido es todo calma y hace que mantengamos el asombro.
Sin embargo, escribir sobre la tristeza y la lluvia es para seguir alegres.
Respirar lo noble que se brinda sin pedir nada a cambio.
Es solo para mantener la atención de cuanto significa su constante caer.

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