Llueve y su sonido es lacrimoso.
Cuando
llueve se escucha un suave quejido de los árboles.
Y las
gotas que caen parecen comentarnos algo.
Tal vez,
es alguna historia de un robusto árbol que perdió su fuerza.
O de
aquel rosal que solo daba blanca sus flores.
Lo
cierto es que la suavidad del lloviznar hace un sonido que se repite.
Que casi
te adormece queriendo identificar cada gota.
Es como
si la tristeza nos contara algo que nos hará llorar.
Vemos a
las hojas mostrando sus lágrimas que caen constantes.
La
lluvia, delicada moja todo el entorno en que nos movemos.
Sintiéndose
como si nos bañáramos tranquilamente.
Nada
impide que esa suavidad nos haga reconocer una cierta angustia.
La
humedad se concentra pareciendo querer empaparnos.
Sin
embargo, el sonido que se escapa del golpeteo es musical.
Suave y
delicado, sacándole al tiempo toda su armonía.
La perenne
lluvia parece detener su respirar sin que ocurriera.
Gota
tras gota dice con tristeza que quiere no irse.
La tarde
no se asoma y exige que le prestemos la mayor atención.
Es el
lamento de tanta agua escurriéndose por el paisaje.
Todo
está mojado contradiciendo lo ayer seco.
Es, cada
parte, una propuesta de lavarse en sus segundos.
Las
flores se bañan y la tierra lo agradece.
Nosotros
queremos alegrarnos.
Pero, es
muy difícil estar seguros que cambiaremos nuestra alegría.
Si vemos
y sentimos lo que el tiempo reclama.
Por lo
pronto, los añejos árboles se mueven buscando cada gota que les moja.
Todo
brilla y sabemos que lo seguirá haciendo.
Por lo
pronto, la llovizna se nutre del salpicar.
Y éste a
su vez se esconde apenado de lo triste que se observa.
El
sonido es todo calma y hace que mantengamos el asombro.
Sin
embargo, escribir sobre la tristeza y la lluvia es para seguir alegres.
Respirar
lo noble que se brinda sin pedir nada a cambio.
Es solo
para mantener la atención de cuanto significa su constante caer.
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