28.9.16

El peine me llena de preguntas.

¿Quién habrá inventado el peine? 
¿Cómo se habrá dado cuenta, ese alguien, que le hacía falta, algo así?
¿Dónde se miró para determinar que necesitaba emparejar su cabello?
Tal vez, lo primero que se usó fue la propia mano.
Acomodando al pelo despeinado.
¿Cómo surgieron los diferentes peinados?
¿Cómo opinar, si uno especifico era el acorde a tal o cual individuo?
Decidirlo por el óvalo de la cara o la figura en cuestión.
¿Ese primer peine estaría confeccionado de hueso?
¿Y de qué manera, entonces se harían los dientes?
¿Sería de una sola pieza para poderlo utilizar con la mano?
¿Qué diseño tendría el referido artefacto de belleza?
Tal vez, por eso los hombres primitivos andaban con el pelo revuelto.
¿Y después que pasó?
¿Y quién fue el primero que quiso lucir mejor?
¿Por qué se planteó cambiar su aspecto utilizando ese instrumento?
¿Se vio en un, también primitivo espejo?
¿O fue el reflejo en el agua que lo asustó al mirarse?
¿La línea del cabello de qué grueso habría sido?
¿Y quien se atrevió a pelar al primer hombre?
Apoyándose con el peine y algún instrumento para cortarlo.
Estoy seguro, que fue una mujer la primera persona que lo realizó.
Su habilidad le permitió abrir la inicial estética para hombres.
¿Habría cola o tendrían miedo por no saber cómo los dejarían?
¿Tendrían ese sentido de competencia para que existieran más de uno de estos lugares?
¿El peine se utilizaría para ir cambiando su diseño?
¿O ya sería parte de la preocupación del primer diseñador industrial?
Lo cierto es que el peine fue el provocador de todas estas preguntas.
Desde sus inicios, la necesidad de lucir mejor, lo obligó a comportarse así.
Increíblemente, hoy no tenemos tal preocupación.
Seleccionamos el que  más nos gusta, mejor y cómodo nos funcione.

¡Ese peine de antaño cuánto le debemos!

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