22.8.16

La luz de la mañana

Cuando la noche termina de descansar, la mañana se despierta.
Junto con su abrir de luz aparecen las más disímiles formas.
Pero, también los sonidos que avivan al día.
Incluso esa palabra, día, define un instante.
Todo lo que nos rodea se llena de vida.
Los pájaros se comentan como durmieron.
Y las hojas de los árboles se comienzan a estirar, para situarse en su lugar.
Así la luz de la mañana parece hacerse más alta.
Va subiendo para controlar todo lo que se deja ver.
Aún, sin estar de pleno el sol, la luz ilumina.
Se observa de otro color, que no es tan radiante.
Pero nos proporciona una visión clara de lo que tenemos frente.
La podemos tocar con suavidad y ella se deja.
La luz repleta de sol es cálida y tan brillante que nos hace cerrar los ojos.
Pero algo en nuestra tiniebla interior quiere apreciarle.
La luz clara alumbra cualquier subterfugio escondido dentro de nos.
Y esto puede evidenciar un estado anímico no favorable.
La mañana también es un abrir al día.
Puede comportarse con la claridad que esperamos.
O tal vez con lo parcialmente nuboso.
Claro, que ésta sirve para desear la luz brillante que nos gusta.
La bruma dibuja de grises lo que vemos.
El sol le da pinceladas de colores cálidos a lo que percibimos.
Así, podemos disfrutar de lo que oímos como una serenata.
Y los olores de tanta vida que nos acompaña?
Pues la luz los impregna de riqueza olfativa.
Y les sentimos entrar en nuestras sensaciones con intensidad.
Por tanto, la mañana no solo guarda el volver al mundo del todos los días.
Brinda un sinnúmero de estímulos que disfrutamos.
Cada vez con más intensidad porque se arma de la experiencia.
La mañana es siempre única y diferente.

La luz hace que ésta sea tan diversa como esperamos o necesitamos.

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