21.3.14

Otro tipo de mínimas historias

    *Era una pequeña, pequeñísima abeja. Recién nacida. Con su diminuto pañal que recogía la pura miel. Éste, se lo colocó su mamá, abeja grande. El secreto de esta pequeña, es producir la dulzura del panal.

    *Que triste se sentía el lápiz. Estaba preocupado, porque no podía escribirle una breve historia a su enamorada, la pluma fuente. Se le fracturó su grafito y no tenía sacapuntas.

    *La carretera estaba contenta, porque el pequeño coche bordeaba, velozmente, sus apreciables curvas.
    Sentía la fuerza del viento y el peso de su cuerpo y pensó, que no volvería a poseer ninguna recta.

    *El pájaro volaba y desde su altura observaba el paisaje que le acompañaba. Éste, le comentó su interés de que pudieran intercambiarse las funciones de ambos. El pájaro, movió la cabeza negando, apenado.

    *La piñata, lloraba por los golpes que le propinaban los niños. No entendía que quisieran destruirla. Ella, estaba dispuesta, a repartir los caramelos que contenía en su abultada panza. Solo era pedírselo.

    *El café esta muy mareado en su taza. La cucharita, traviesa, le revolvía insistentemente. Mientras, el azúcar se volvía dulzura, paleando un poco, el amargo sabor de la infusión. Y después, se lo bebieron.

    *La hoja decidió ser vegetal, de papel. Saben por qué, pues era muy presumida, y se sentía bien de ser tan delgada y transparente. Lo que no imaginó, que serviría para calcar.

    *Los idiomas, reunidos, no se entendían entre todos. Decidieron crear alguno, particular, que pudiera ser el que los rigiera. Llamaron al silencio para que los ayudara. Resultó.

    *Las velas indignadas, le sugirieron al foco que se apagara, para así, poder servir a la ¨luz¨ con más ternura y un tanto de romanticismo. Pobres velas, tan ingenuas. La apagaron cuando volvió aquella.

    *Cada año, la luna tiene problemas con su termostato. No enfría suficiente. Y por eso, las noches se vuelven verano. Pasado éste, lo reparan y llega el invierno. Que simple todo.

    *El elevador, aburrido, subía y bajaba. Se abría y cerraba. Un simple dedo, lo convertía en útil y rebosante de gente. Era una caja de metal llena. Y, con el calor humano, le hacían palpitar su motor.

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