24.6.10

De los momentos que vivo ( 1ª parte)

Parado frente a un enorme edificio que ostenta la forma de un número ocho, lleno de ventanales que aparentan ser números tres y otros como cincos. Contemplo extasiado la bruma que baja en espiral desde el techo y me obliga a adentrarme por el vano a ras de suelo. Por su fachada sur, dejando atrás el paisaje borroso, atravieso un siete que resulta ser una abertura para la novedosa puerta.
En este recinto de entrada, al fondo, un brillante mural decora y da ambiente con sus cifras repetidas en centenas y millares. Colores que te hablan, se tropiezan con la mirada de los numerosos personajes, que se mueven por los pasillos iluminados de un verde iridiscente.
Los personajes llevan una placa metálica en las solapas de sus vestimentas doradas y plateadas, donde se lee su filiación de diseñadores de diversas especialidades. Puertas que se abren y cierran estrepitosamente, sin detenerse a disfrutar un tanto de tranquilidad, aparecen y desaparecen. En medio del gigantesco salón un centenar de figuras se mueven laboriosas para concluir el gigantesco cartel que ocupará el inmenso espacio de un muro de muchos metros de ancho y de alto.
La explosión de colores se decide hacia los primarios y las letras que se convierten en tipografías quieren ser Helvética, tal vez por su edad: cincuenta años, así se sienten más responsables para comunicar las desoladas ideas.
De repente todo se detiene al sonido hiriente de una alarma. Abro los ojos y veo en el pequeño reloj junto a mi cama que son las cinco y treinta de la mañana de un día cualquiera.
Me gustaría seguir la historia en la que flotaba, pero es tiempo de comenzar ese día cualquiera. Me apuro en arreglar la cama, destiendo y tiendo sábanas y cobijas. Todo queda ordenado. El baño espera para completar la función de limpieza total. El agua, casi hirviendo se apodera y arrasa con el cansado sueño.
La ropa espera, en su cálida envoltura, la indispensable combinación de cada una de sus partes.
En la cocina tres hermosos gatos se pasean contoneándose a la espera de su comida matinal.
Aprovecho para acompañarles con algo de frutas, un poco de cereal y una buena taza de café fuerte. Le dedico unos cuantos minutos a refrescar a las plantas en maceta con un poco de agua. Están en todas partes. Son esplendidas y embellecen el espacio y mi vida. Las quiero y cuido con toda dedicación. Son más de cien que señorean toda la casa.
Recojo el portafolio con todo el material para las clases de diseño de la mañana. En el vocho amarillo que ya identifican conmigo y que me acompaña fielmente desde hace más de tres lustros, me enfrento al tráfico apurado del comienzo laboral y educativo de la mayoría de los ciudadanos de esta húmeda ciudad de montaña. En el trayecto a la Escuela recuerdo la invitación de la exposición al salón de piñatas convocado por una importante galería local.
La primera clase es cartel. Lograr que en un corto tiempo sean capaces de diseñar un cartel con su tema especifico y sus aspectos teóricos indispensables es el reto que día a día se va logrando, para que al final del curso semestral tengamos un grupo de adoradores a esta especialidad, la más cercana a la obra artística. Siempre, en este ejercicio está la capacidad de reflexión y la de creación, sin duda es estimulante.
Les comento a mis alumnos qué pienso de un cartel, "que es compromiso de una imagen con ingenio, que comunica ideas, conceptos abarcadores. Es contenido inteligente que acumula sorpresas. El cartel sustituye a la lámina decorativa por el producto de una información con ingenio creador. El cartel se asoma y demanda. Murmura y recuerda".
La luz se precipita agradablemente en el salón de clases, es tanta que atenta contra la nueva herramienta del trabajo cotidiano de los jóvenes estudiantes de diseño. La clase está repleta de silencio, interrumpida por los golpes al teclado y el arrastrar del "ratón" o de los dedos sobre éste. Todos están a la caza de ese amigo que a veces se pierde y no se deja encontrar: las ideas. Bocetos, intentos de que algo se concrete, solo el trabajo hará que empiecen a aparecer los resultados. Las horas se van cayendo en el saco del tiempo y concluye el esfuerzo de sobresalir a través de las imágenes cargadas de fuerza visual, estética y de contenido. En un descanso, en la atención de la clase preparo las ideas de un cartel para el centenario a un artista español que vivió y trabajó en México en la época dorada del cartel de cine mexicano, Joseph Renau.
Se despereza la soleada y apacible tarde. Espera una opípara comida, en su acepción de esplendida. Plática amena, de intercambios de opiniones, consultas y alguna que otra palabra, tal vez no muy comunes, adornan la mesa y sobremesa con una o a veces dos amigas.
El aromático café cierra el ritual.

{ Continuará }
ilustraciones por Joan

1 comentario:

perla marina dijo...

Hola, Ñiko.
Gracias por este post. Es asomarnos por un huequito a tu vida y casi tocar la energía conque, hasta en las cosas más cotidianas, dejas impregnado tu talento.
Un abrazote