19.1.09

Un mundo de imágenes perdurables

Una bala de cañón se niega a seguir su curso catastrófico y emprende su retirada a la boca de esta arma.

Tiene susto de seguir.

Una mano se aprieta entre alambres de púas, dolorosa y enfática.

Un fusil que se debate entre el ahogado nudo que le impide ser él mismo. Ver cientos de figuras negras, contrastadas, doblándose, angustiadas, saliendo del lienzo blanquecino. Otras que se debaten entre la figuración y el fondo, todas alagadas por el mismo ojo y la mano inquebrantable del dibujo simple, lleno de dualidad, apresurado en comunicar y hacernos sonreír, admirando a quien se atrevió a jugar con estos contenidos.

Esa media línea, mitad hombre, mitad mujer, que se vuelve de cabeza o que se abre para medir nuestra capacidad de reflexión.

O tal vez prefiera, como humorada intencional, saludarnos dando su corbata-mano y no otra cosa.

Un imperdible tímido no se atreve a cerrarse y menos a llegar a su extremo,  unas tijeras que se multiplican para cortar variados papeles, pero sin lograrlo, un tornillo que requiere de sus dos extremos para no dejarse enroscar o una taza sin café, pero donde quiere que tu la descubras sujetándola por su asa escondida dentro de ella, todos en aras de lo imposible, del juego de lo que parece y no es, lo que se puede y lo que quiere que se vuelva diseño de la creatividad.

Cada detalle se multiplica, son pequeños, casi imperceptibles, son las partes para volverse todo y ese todo puede ser figuras conocidas, personajes históricos, del arte o simples individuos.  Todos asombrados con la percepción del todo, cada uno participe de su parte.

En el formato rectangular y vertical, un perro huele y escarba a un punto negro que tiene la misión de convertirse en una pregunta.

Ahí está el espacio que se divide, gira y se pierde entre el azul del plano y el rojo que se asusta porque unos personajes se sientan a equilibrar el espacio donde se muestran. Ellos, como parte del ejercito de figuras controvertidas y que luchan por ser autores de ese espacio fabricado por la imaginación de alguien que no descansa en su muestrario de figuraciones.

Y qué decir del conocido Fuji, que cambió su lejano pico para llenarse de un sin número de objetos, escapándose en espiral hacia el lejano paisaje.

Entrañables manos que se dan afectos, se entrechocan, ayudadas de tuercas, llaves, imperdibles, se enroscan o simplemente se dejan arrastrar. De latón, papel, de cintas, pero todas, geométricamente humanas. Dar la vuelta a una escultura, que se cree piano, pero que desde aquí se vuelve violinista es el reto de la ruptura de lo lógico.

Y ahora, ya no podrá seguir, lo ha dejado todo para convertirse en historia, para ayudar al recuerdo  a mantenerse vivo. Logró, ese, su mundo de imágenes perdurables, inteligentes y llenas de reflexión.

Jugó con nosotros, lo disfrutamos, lo admiramos y siempre será el diseñador gráfico que todos quisiéramos ser. Gracias eterno Fukuda.

Ñiko
Zoncuantla, Coatepec, Veracruz, México, 16 de enero de 2009

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